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Pero, veamos algunos detalles de tan conspirador oficio.  
Hasta más o menos la mitad del siglo XX, en Costa Rica, como en el resto de América, la arqueología era considerada como el estudio de vestigios monumentales y de la obra artística antigua. Tan estrecho concepto permitió la incursión (por todo el territorio nacional) de coleccionistas, aventureros y saqueadores de tumbas. La mayoría de ellos extranjeros y de fama internacional.
Los museos del orbe, eran sofisticados gabinetes de antigüedades y servían para los fisgoneos de los más cultos de la sociedad.
En aquellas oscuras épocas, inclusive nuestro Museo Nacional, favoreció la práctica del huaquerismo, al otorgar permisos oficiales para el saqueo, con el simple propósito de optar para la compra de reliquias.
Ejemplo de ello fue la incursión del arqueólogo sueco: Carl Hartaman, quien obtuvo más de… ¿…?  ¡Doce mil objetos costarricenses! Todo este patrimonio voló a la ciudad del acero. Pittsburg, donde las vitrinas del Museo Carnegie los recibiera con agrado. De aquellas doce mil reliquias, tan solo una cuarta parte las ganó Hartaman de sus cuidadosas excavaciones, el resto fueron compradas a los huaqueros. Promoviendo con ello la remuneradora actividad.
Por fortuna el estatus de oficialidad del saqueador universal de tumbas, fue derogado en Costa Rica, en el año de 1968. Pero la inercia de los permisos otorgados, aun cobra sus facturas a nuestro modernizado Museo Nacional y nadie puede devolver el daño a los cientos de sitios arqueológicos, que fueron y siguen siendo dañados irreparablemente. 
Si bien no podemos pedirle a los huaqueros, consideración por la importancia científica de nuestro legado histórico, de ninguna manera se les puede catalogar como malas personas, la mayoría (al menos en Costa Rica) son campesinos de las regiones más inhóspitas del país. La demanda trasnacional de reliquias únicas, los ha tentado a darle otro uso a sus cotidianas herramientas de arado, siembra y cosecha. A su vez es cierto que su necesidad e ignorancia ha provocado la destrucción de espacios enteros de interés trascendental. Sin embargo para la ubicación y reconstrucción parcial de algunos de estos sitios, se ha tenido que echar mano de la tradición oral de los huaqueros y ellos mismos han servido de guías a los científicos.  
En las décadas de los años 1950 y 1960 fueron famosos los puntos emblemáticos de referencia, que los saqueadores usaban y no era raro escuchar a los arqueólogos mencionar y ubicar sus sitios de estudio con los nombres dados por los huaqueros: La Baca, Línea Vieja, Puerto González Víquez, Coquito, Panteón de la Reina, La Fosa del Diablo, Tumba Maldita, Bola Quebrada, etc.
Con estos nombres señalaban los huaqueros sus sitios de piratería. Cada lugar envuelve sus particulares leyendas. Se le podía escuchar, en las cantinas o en las plazas de los pueblos alardear de sus botines, los que generalmente exageraban: 
“Yo saqué tres águilas de oro ¡de este tamaño! (unos quince centímetros de largo) en el Panteón de la Reina. Se las vendí a mister Hans, en San Isidro, ese viejo alemán nos compraba todo.” 
“Jacinto, Gregorio y yo tuvimos que escarbar por debajo de una bola de piedra como de tres metros de alto, allá en la fosa del diablo, para poder llegarle a un panteón, pero valió la pena, encontramos mucho oro” 
“A Tumba Maldita ya nadie va desde que Vicente y otros encontraron un esqueleto humano muy grande. Cuando desenterraron la inmensa calavera, salieron despavoridos porque del cráneo salían dos cuernos"             
 Conciente de que tal latrocinio se gesta en el vientre de la ignorancia, mi muy viejo amigo y mentor: Don Luís Ferrero Acosta, porfiado investigador, consagró gran parte de su faena literaria a la popularización del concepto amerindio y el respeto a nuestros antepasados. Su conocida obra “Costa Rica Precolombina” es uno de sus honestos intentos para crear conciencia histórica en el ciudadano costarricense.  Acerca de esta percepción cognitiva, recuerdo su énfasis cuando me decía: “Alberto, la conciencia histórica es un asunto de autoestima y debes asumirla sin esquivar el combate”     
Quiero pensar que gracias a la gran labor de don Luís, en la región del Diquís ese tipo de huaqueros ya no existe, pero también he de reconocer que después de más de seis décadas de furiosos saqueos, es poco lo que se puede encontrar que posea gran valor comercial.  
De todas maneras algunos citadinos y no pocos extranjeros, aun quieren llevarse antigüedades y esferas para sus casas.  
En nuestro civilizado mundo, donde quiera haya demanda habrá también su respectiva oferta. Esto genera siempre nuevos órdenes de mercaderes. Cada vez más competitivos.
Hoy los modernos traficantes de reliquias, rara vez son campesinos, la mayoría es gente ladina que ha desarrollado ingeniosos métodos para embaucar a quienes les sobra dinero y codician detentar para si mismos, el patrimonio de todos.  
Una tarde cualquiera, sentado en el parque municipal de Palmar Sur, me preguntaba yo, ¿por qué personas culta y adinerada quiere tener en su poder una o varias de estas ancestrales esculturas redondas?
Mi primera respuesta fue: Por su absoluta y cautivadora forma esférica… Luego me dije: Será porque los ricos poseen un cultivado sentido de la estética… O quizá porque la forma esférica por si misma es incomprensiblemente seductora…
Pero, todo esto se lo pueden encargar a un decorador moderno o a un escultor… Mas el escultor no podría insertar en la obra, el tropiezo morboso de la ambición, de lo prohibido, de poseer solo para si una reliquia única, misteriosa y milenaria… No se, son solo mis divagaciones. Sondeos de un escritor que busca fecundar sus letras.  
Así me encontraba esa tarde, rumiando ideas recostado en una banca de aquel singular parque sembrado de esferas.
De pronto y sin moverme del escaño, encontré una posible respuesta a mi intrascendente pregunta, cuando un joven bien vestido y de lenguaje refinado me dijo: 
- Disculpe señor, pero he notado que tiene usted gran interés por estas esferas, le he visto aquí toda la tarde admirándolas. 
-Sí en verdad me fascinan- respondí.
De inmediato, aquel inesperado visitante me dio una cátedra sobre los redondos monolitos a nuestro alrededor. Me habló de su origen misterioso y por demás ancestral. De la magia viva, que los chamanes indios inocularon en ellas, de los antiguos dioses siderales que las inspiraron, de los colosos atlantes que las transportaron… Su monólogo, aprendido de memoria, me evocó a los incansables vendedores de enciclopedias que de vez en vez tocan a la puerta de mi casa. Concluyó su docta exposición diciéndome: 
 -¿Sabia usted que quien tenga en su poder una de estas originales esferas precolombinas, tendrá garantizada la fortuna? 
 -¡En serio!- respondí sinceramente sorprendido, porque de entre todos los mitos ese no lo había escuchado. 
 -Sí señor y entre más grande la bola, ¡más grande será la fortuna! –afirmó con gran convicción. 
Acto seguido palmeó mi hombro y acercándose susurró en tono de complicidad. 
-Ve a aquellos dos viejillos que están allá – y señalo con disimulo a dos personajes que se encontraban en el extremo sur del parque, vestidos a la usanza de los vaqueanos (guías campesinos de montaña); camisa blanca; pantalón beige de army; chonete de manta; botas de hule y sendos machetes. 
-¿Y que con ellos? –le pregunté sospechando sus intenciones. 
-Pues esos veteranos son expertos huaqueros, conocen todos los entierros indígenas y pueden conseguirle a usted, una de esas mágicas bolas de piedra.-  
El comerciante de esferas levantó la mano y aquellos como esperando su señal caminaron hacia la banca. Los supuestos huaqueros estrecharon mi mano y de inmediato supe que de campesinos no tenían un cayo. 
Entre los tres, continuaron hablándome de las esotéricas virtudes de las esferas y como ellos podían conseguirme una, de acuerdo a mi capacidad económica. Recordándome siempre que “Entre más grande la bola, más grande la fortuna” 
-Creo señor que nuestro encuentro no es casual, usted está predestinado a poseer una de estas maravillas,- afirmó el ladino comerciante en tono de revelación- lo digo porque precisamente ayer Machón y Lagarto, aquí presentes, descubrieron, cerca del pueblo llamado “Olla Cero” una hermosa colección, de donde puede usted escoger. ¿No es cierto muchachos? –Le preguntó a sus cómplices, en tanto les palmeaba las espaldas. 
-¿En serio estas bolas le traen a uno dinero?- Pregunte con falsa inocencia. 
-¡Por supuesto!- respondieron los tres en coro. 
-¿Acaso usted no ha notado que sólo los ricos tienen estas pelotas en sus jardines?- me preguntó Machón.  
-Dígame usted señor- intervino de inmediato Lagarto- ¿A cuantos pobres conoce que tengan de estas bolas en sus casas?  ¡Por supuesto que a ninguno, porque si tuvieran una sola ya no seria pobres! 
-Hace menos de un año- acotó el muchacho elegante- le vendí a un abogado de San José, una esfera pequeña, como de 30 centímetros de diámetro, la semana pasada vino y se llevó una de casi un metro. ¡Su fortuna crece y seguirá creciendo!  
-¡Menuda filosofía!- pensé en secreto y como pude me escabullí de los timadores.
¿Será esta, una de las razones de los detentadores de esferas? ¡Tamaño talismán para atraer a la esquiva fortuna!
A lo largo de mi vida, he visto como las supersticiones trascienden las barreras sociales, culturales y económicas. Sí, es muy probable que exista gente convencida de ello, e invierta grandes capitales para llevarse un amuleto gigante a su hogar. Preocupado por futuros saqueos, fui a casa de don Pablo, en Palmar Norte y le conté mi experiencia del parque. Pablo es un dedicado defensor del patrimonio arqueológico del Cantón de Osa. 
-Veo que ya conoció a Machón, Lagarto y Pepillo. –Me dijo sonriente - No debe usted preocuparse por ellos, Son tan sólo mañosos vendedores de artesanía. 
-¿Artesanía?- pregunté incrédulo. 
-Sí, ellos revenden las esferas de granito que fabrican varios artesanos de esta región. Sabemos que a veces usan la montañosa finca de Lalo Brenes, donde hacen falsos entierros. Dicen que de muy buena calidad escénica. Allí llevan a los incautos y les entregan artesanía moderna por reliquias antiguas.  
-¡Les venden gato por liebre!- dije sin salir de mi sorpresa.
-Sí, y nadie puede denunciarlos, solo las víctimas y estas casi nunca descubren el truco y si lo llegan a descubrir no pueden confesar su participación en el supuesto saqueo… Pero no sea duro con ellos don Alberto, no son malas personas. Machón tiene una pulpería cerca de aquí y Gonzalo a quien le dicen lagarto por sus maltrechos dientes, ya es un viejo pensionado y jamás vendería nuestro patrimonio. A José María lo conozco desde que era niño, siempre fue muy avispado. En el colegio le decían Pepe Pillo, hoy todos lo conocen como Pepillo. Un día le pregunté: ¿Pepe, no le da miedo meterse en problemas por andar estafando a la gente?  
-¡Yo estafando gente! –Exclamó airado- ¿Pero de donde saca semejante idea, don Pablo? Veo que usted no ha comprendido la naturaleza de mi trabajo: Yo lo único que hago. Y lo se hacer bien. Es dar “VALOR AGREGADO” a los productos artesanales de mi pueblo. La gente no compra piedras, la gente compra ilusiones, mitos, fantasías. ¡Eso es lo que yo les vendo!