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La carga del escepticismo - La carga del escepticismo II parte

(Tiempo estimado: 14 - 27 minutos)

Índice del artículo

 Ocasionalmente, por cierto, recibo una carta de alguien que está en  contacto con un extraterrestre que me invita a "preguntar lo que sea". Así  que tengo una lista de preguntas. Los extraterrestres están muy avanzados,  recordemos. Por tanto pregunto cosas como: "Por favor, denme una  demostración simple del Último Teorema de Fermat." O de la Conjetura de Goldbach. Y luego tengo que explicar qué son estas cosas, porque los  extraterrestres no las llamarán Último Teorema de Fermat, así que escribo la pequeña ecuación con sus exponentes. Nunca recibo respuesta. Por otra  parte, si le pregunto algo como "¿Deberíamos ser buenos los humanos?",  siempre recibo respuesta. Pienso que se puede deducir algo de esta habilidad diferenciada para contestar preguntas. Si son cosas imprecisas y  vagas, están encantados de responder, pero si es algo específico, que dé  ocasión a descubrir si saben algo realmente, sólo hay silencio.  El científico francés Henri Poincarè hizo una observación sobre por qué la  credulidad está tan extendida: "También sabemos lo cruel que es la verdad  a menudo, y nos preguntamos si el engaño no es más consolador." Eso es lo  que he intentado decir con mis ejemplos. Pero no creo que ésa sea la única  razón por la que la credulidad está extendida. El escepticismo desafía a instituciones establecidas. Si enseñamos a todo el mundo, digamos a los  estudiantes de instituto, el hábito de ser escépticos, quizá no limiten su  escepticismo a los anuncios de aspirinas y a los canalizadores de 35.000  años. Puede que empiecen a hacerse inoportunas preguntas sobre las instituciones económicas, o sociales, o políticas o religiosas. ¿Luego  dónde estaremos?
     El escepticismo es peligroso. Ésa es precisamente su función, en mi  opinión. Es menester del escepticismo el ser peligroso. Y es por eso que hay una gran renuencia a enseñarlo en las escuelas. Es por eso que no  encontramos un dominio general del escepticismo en los medios. Por otra parte, ¿cómo evitaremos un peligroso futuro si no poseemos las
     herramientas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas a  aquéllos que están nominalmente al cargo, especialmente en una democracia? Creo que éste es un buen momento para reflexionar sobre el tipo de  problema nacional que se podría haber evitado si el escepticismo estuviese  más disponible en la sociedad americana. El fiasco de Irán/Nicaragua es un ejemplo tan obvio que no tomaré ventaja de nuestro pobre y hostigado  presidente (Reagan) hablando sobre ello. La resistencia de la Administración a un Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares y su continua pasión por aumentar las armas nucleares (uno de los pilotos  principales en la carrera nuclear) bajo el pretexto de estar más seguros  es otro asunto semejante. También lo es La Guerra de las Galaxias. Los  hábitos de pensamiento escéptico que fomenta el CSICOP tienen relevancia  para asuntos de la mayor importancia para la nación. Hay tantas tonterías promulgadas por los partidos políticos que el hábito de escepticismo imparcial debería declararse un objetivo nacional esencial para nuestra  supervivencia.
     Quiero decir algo más sobre la carga del escepticismo. Se puede coger un  hábito de pensamiento en el que te diviertes burlándote de toda la gente  que no ve las cosas tan bien como tú. Esto es un peligro social potencial,  presente en una organización como el CSICOP. Tenemos que protegernos  cuidadosamente de esto.
     Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exquisito entre dos  necesidades conflictivas: el mayor escrutinio escéptico de todas las  hipótesis que se nos presentan, y al mismo tiempo una actitud muy abierta  a las nuevas ideas. Obviamente, estas dos maneras de pensar están en  cierta tensión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea cual sea,
     tienes un grave problema.      Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas. Nunca aprendes  nada nuevo. Te conviertes en un viejo cascarrabias convencido de que la  estupidez gobierna el mundo. (Existen, por supuesto, muchos datos que te  apoyan.) Pero de vez en cuando, quizá uno entre cien casos, una nueva idea resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa. Si tienes demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en todo, vas a pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás en la vía del entendimiento y del  progreso.
     Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera credulidad y  no tienes una pizca de sentido del escepticismo, entonces no puedes  distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si todas las ideas tienen  igual validez, estás perdido, porque entonces, me parece, ninguna idea  tiene validez alguna.
     Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para distinguirlas es una herramienta esencial para tratar con el mundo y especialmente para  tratar con el futuro. Y es precisamente la mezcla de estas dos maneras de pensar el motivo central del éxito de la ciencia. Los científicos realmente buenos practican ambas. Por su cuenta, cuando  hablan consigo mismos, amontonan grandes cantidades de nuevas ideas y las critican implacablemente. La mayoría de ellas nunca llega al mundo exterior. Sólo las ideas que pasan por rigurosos filtros salen y son criticadas por el resto de la comunidad científica. A veces ocurre que las ideas que son aceptadas por todo el mundo resultan ser erróneas, o al menos parcialmente erróneas, o al menos son reemplazadas por ideas de  mayor generalidad. Y, aunque, por supuesto, existen algunas pérdidas  personales (vínculos emocionales con la idea de que tú mismo has jugado un  papel inventivo), no obstante la ética colectiva es que, cada vez que una  idea así es derribada y reemplazada por algo mejor, la misión de la  ciencia ha salido beneficiada. En ciencia, ocurre a menudo que los  científicos dicen: "¿Sabes?, ése es un gran argumento; yo estaba  equivocado." Y luego cambian su mentalidad y jamás se vuelve a escuchar de  sus bocas esa vieja opinión. Realmente hacen eso. No ocurre tan a menudo  como debiera, porque los científicos son humanos y el cambio es a veces  doloroso. Pero ocurre a diario. No soy capaz de recordar la última vez que  pasó algo así en la política o en la religión. Es muy raro que un senador,  por ejemplo, responda: "Ése es un buen argumento. Voy a cambiar mi  afiliación política."
     Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre las estimulantes sesiones sobre  la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) y sobre el lenguaje  animal en nuestra conferencia del CSICOP. En la historia de la ciencia, existe un instructivo desfile de importantes batallas intelectuales que  resultan tratar todas ellas sobre lo centrales que son los seres humanos.
     Podríamos llamarlas batallas sobre la presunción anti-copernicana.

 ¿Cuál es nuestra posición en el Universo?

     He aquí algunas de las cuestiones: Somos el centro del Universo. Todos los planetas y las estrellas y el  Sol y la Luna giran alrededor nuestro. (Chico, debemos ser realmente  especiales.)
       Ésa era la creencia impuesta (Aristarco aparte) hasta la época de  Copérnico. Le gustaba a mucha gente porque les daba una posición central  personalmente injustificada en el Universo. El mero hecho de estar en la  Tierra te hacía privilegiado. Eso te hacía sentir bien. Luego llegó la prueba de que la Tierra era sólo un planeta y de que esos puntos  brillantes en movimiento eran también panetas. Decepcionante. Incluso  deprimente. Mejor cuando éramos centrales y únicos.
       Pero al menos nuestro Sol está en el centro del Universo.  No, esas otras estrellas también son soles, y lo que es más, nos  encontramos en las afueras de la galaxia. No estamos nada cerca del  centro de la galaxia. Muy deprimente.
       Bueno, al menos la Vía Láctea está en el centro del Universo.  Luego un poco más de progreso científico. Descubrimos que no existe eso  del centro del Universo. Lo que es más, hay cien mil millones de  galaxias más. Ésta no tiene nada de especial. Completamente deprimente. Bueno, al menos nosotros, los humanos, somos el pináculo de la creación.
       Somos aparte. Todas esas criaturas, las plantas y los animales, son  inferiores. Nosotros somos superiores, no tenemos conexión con ellos. Todo ser viviente ha sido creado separadamente.
       Luego viene Darwin. Descubrimos una continuidad evolucionaria. Estamos  relacionados estrechamente con las otras bestias y vegetales. Lo que es  más, nuestros parientes biológicos más cercanos son los chimpancés. Ésos  son nuestros parientes más cercanos (¿esos bichos?) Es una vergüenza. ¿Has ido alguna vez al zoo y los has visto? ¿Sabes lo que hacen? Imagina lo embarazosa que era esta verdad en la Inglaterra victoriana, cuando Darwin tuvo esta idea.
     Hay otros ejemplos importantes (sistemas de referencia privilegiados en  física y la mente inconsciente en psicología) que pasaré por alto.
     Mantengo que en la tradición de este largo conjunto de debates (cada uno de los cuales ha sido ganado por los copernicanos, por los tipos que dicen que no hay nada especial en nosotros), hubo una nota callada profundamente    emocional en los debates de las dos sesiones del CSICOP que he mencionado.  La búsqueda de inteligencia extraterrestre y el análisis de un posible  lenguaje animal hieren a uno de los sistemas de creencia pre-copernicanos  que quedan:

       Al menos somos las criaturas más inteligentes de todo el Universo.  Si no existen más chicos listos en ninguna parte, aunque estemos  relacionados con los chimpancés, aunque estemos en las afueras de un universo vasto y tremendo, al menos todavía nos queda algo especial.    Pero, en el momento que encontremos inteligencia extraterrestre, se  perderá el último pedazo de presunción. Creo que parte de la resistencia  a la idea de la inteligencia extraterrestre es debida a la presunción anti-copernicana. Asimismo, sin tomar ninguna postura en el debate de si  hay otros animales (los primates superiores, especialmente los grandes  monos) inteligentes o con un lenguaje, es claramente, a nivel emocional, la misma cuestión. Si definimos a los humanos como criaturas que tienen lenguaje y nadie más tiene lenguaje, al menos somos únicos en ese  aspecto. Pero si resulta que todos esos sucios, repugnantes y graciosos  chimpancés pueden, con el Ameslan o de cualquier otra manera, comunicar  ideas, entonces ¿qué nos queda de especial a nosotros? En los debates  científicos existen, a menudo inconscientemente, impulsoras predisposiciones emocionales sobre estas cuestiones. Es importante darse  cuenta de que los debates científicos, al igual que los debates  pseudocientíficos, pueden llenarse de emociones por todas estas razones.
     ¿Estamos solos en el universo?

     Ahora echemos un vistazo más de cerca a la búsqueda de inteligencia  extraterrestre por radio. ¿En qué se diferencia de la pseudociencia?      Dejadme contar un par de casos reales. A principios de los sesenta, los  soviéticos ofrecieron una rueda de prensa en Moscú en la que anunciaron que una fuente distante de radio, llamada CTA-102, estaba variando sinusoidalmente, como una onda seno, con un periodo de unos 100 días. ¿Por  qué convocaron una rueda de prensa para anunciar que una fuente distante  de radio estaba variando? Porque pensaban que era una civilización extraterrestre de inmenso poder. Eso se merece convocar una rueda de  prensa. Esto es incluso anterior a la existencia de la palabra cuásar. Hoy  sabemos que CTA-102 es un cuásar. No sabemos muy bien lo que es un cuásar:  y existe más de una explicación para ellos mutuamente exclusiva en la  literatura científica. No obstante, pocos consideran seriamente que un  cuásar, como CTA-102, sea una civilización galáctica extraterrestre,  porque hay un número de explicaciones alternativas de sus propiedades que son más o menos consistentes con las leyes físicas que conocemos sin  evocar a la vida alienígena. La hipótisis extraterrestre es una hipótesis  de último recurso. Sólo si falla todo lo demás se acude a ella.  Segundo ejemplo: en 1967, científicos británicos encontraron una fuente de  radio cercana que fluctuaba en un periodo de tiempo mucho más corto, con  un periodo constante de hasta diez cifras significativas. ¿Qué era? Su  primer pensamiento fue que era algo como un mensaje que se nos estaba
     enviando, o un faro de navegación interestelar para las naves espaciales  que volaban entre las estrellas. Incluso le dieron, entre los de la  Universidad de Cambridge, el pervertido nombre de LGM-1 (Little Green Men,  u Hombrecillos Verdes). Sin embargo (eran más listos que los soviéticos),  no convocaron una rueda de prensa, y pronto se hizo claro que lo que  tenían era lo que ahora se llama un púlsar. De hecho fue el primer púlsar,  el púlsar de la Nebulosa Cangrejo. Bueno, ¿qué es un púlsar? Un púlsar es  una estrella comprimida hasta el tamaño de una ciudad, soportada como no  lo está ninguna otra estrella, no por presión gaseosa, no por exclusión  electrónica, sino por las fuerzas nucleares. Es, en cierto sentido, un  núcleo atómico del tamaño de Pasadena. Sostengo que esa es una idea al  menos tan rara como la del faro de navegación interestelar. La respuesta a  lo que es un púlsar tiene que ser algo muy extraño. No es una civilización  extraterrestre, es otra cosa: pero otra cosa que abre nuestros ojos y  mentes e indica posibilidades en la naturaleza que nunca habríamos adivinado.
     Luego está la cuestión de los falsos positivos. Frank Drake en su original  experimento Ozma, Paul Horowitz en el programa META (Megachannel  Extraterrestrial Assay) patrocinado por la Sociedad Planetaria, el grupo  de la Universidad de Ohio y muchos otros grupos han recibido señales que  han hecho palpitar sus corazones. Piensan por un momento que han captado  una señal genuina. En algunos casos no tenemos la menor idea de lo que  fue; las señales no se han repetido. La noche siguiente apuntas el mismo  telescopio al mismo punto en el cielo con la misma modulación y la misma  frecuencia, y lo pasa-bandas todo de la misma manera, y no oyes nada. No  publicas esos datos. Puede ser un mal funcionamiento del sistema de  detección. Puede ser un avión militar AWACS revoloteando y emitiendo en  canales de frecuencia supuestamente reservados para la radioastronomía.  Puede ser un aparato de diatermia en la misma calle. Hay muchas  posibilidades. No se declara inmediatamente que has descubierto inteligencia extraterrestre sólo porque has encontrado una señal anómala.
     Y si se repitiese, ¿lo anunciarías? No. Puede ser una broma. Puede ser  algo que le pasa a tu sistema y que no eres capaz de descifrar. En cambio,  llamarías a los científicos de un montón de radiotelescopios y les dirías  que en ese punto particular del cielo, a esa frecuencia, modulación, y  banda y todo eso, pareces captar algo curioso. ¿Por favor, podrían mirar  si captan algo parecido? Y sólo si obtienen la misma información varios  observadores independientes del mismo punto del cielo piensas que tienes  algo. Aun entonces sigues sin saber que ese algo es inteligencia  extraterrestre, pero al menos has podido determinar que no es algo de la  Tierra. (Y también que no es algo en órbita terrestre; está más lejos que  eso.) Este es el primer plan de acción que se requiere para asegurarse de que realmente tienes una señal de una civilización extraterrestre.
     Fíjate que hay una cierta disciplina implicada. El escepticismo impone una  carga. No puedes salir y gritar pequeños hombrecillos verdes, porque vas a parecer muy tonto, como les pasó a los soviéticos con el CTA-102, que resultó ser algo muy distinto. Es necesaria una cautela especial cuanto   las implicaciones son de tanta importancia como aquí. No estamos obligados  a decidirnos por algo en cuanto tenemos unos datos. No pasa nada por no estar seguros.
     Me suelen preguntar: "¿Crees que existe inteligencia extraterrestre?" Y yo  respondo con los argumentos habituales. Hay un montón de lugares allá afuera, miles de millones. Luego digo que me sorprendería mucho que no  existiese inteligencia extraterrestre, pero que por supuesto no tenemos  pruebas concluyentes de ello. Y luego me preguntan: "Vale, pero ¿qué es lo  que crees realmente?" Y respondo: "Ya te he dicho lo que creo." "Sí, pero  ¿qué te dicen tus entrañas?" Pero yo no intento pensar con mis entrañas.  En serio, es mejor reservarse la opinión hasta que tengamos pruebas.

     Carl Sagan escribía en Parade, una revista semanal de temática general que se distribuye con diferentes diarios en EEUU, leído por 65 millones de personas. Aunque cada vez más, y en Astronomía Digital somos testigos,  este es aún un caso poco común entre los científicos.
     Después de que se publicase mi artículo El Arte de la Detección de Camelos  en Parade (1 feb. 1987), recibió, como puedes imaginar, un montón de cartas. Parade es leído por 65 millones de personas. En el artículo di una  larga lista de cosas que eran presuntos o demostrados camelos (treinta o cuarenta). Los defensores de todas esas cosas resultaron uniformemente  ofendidos, por lo que recibí montones de cartas. También ofrecí un  conjunto de instrucciones muy ementales acerca de cómo tratar a los camelos (los argumentos de una autoridad no valen, todos los pasos de una cadena de evidencias tienen que ser válidos, etcétera). Mucha gente contestó diciendo: "Tiene usted toda la razón en las generalidades;  desafortunadamente, eso no es aplicable a mi doctrina particular." Por  ejemplo, uno de ellos decía que la idea de que existe inteligencia  extraterrestre fuera de la Tierra es un ejemplo de excelente camelo.
     Concluía: "Estoy tan seguro de esto como de cualquier otra cosa en mi  experiencia. No hay vida consciente en otro lugar del Universo. El Hombre   vuelve así a su legítima posición en el centro del Universo."
     Otro remitente también estaba de acuerdo con todas mis generalidades, pero  decía que, como escéptico empedernido, yo había cerrado mi mente a la verdad. Más notablemente, he ignorado la evidencia de que la Tierra tiene  seis mil millones de años de antigüedad. Bueno, no la he ignorado; he considerado la  supuesta evidencia y luego la he rechazado. Existe una diferencia, y ésta es una diferencia, podríamos decir, entre prejuicio y postjuicio. Prejuicio es hacer un juicio antes de considerar los hechos. Postjuicio es hacer un juicio después de considerarlos. El prejuicio es terrible, en el sentido de que se cometen injusticias y graves errores. El postjuicio no es terrible. Por supuesto, no puedes ser perfecto; también puedes cometer  errores. Pero es permisible hacer un juicio después de haber examinado la  evidencia. En algunos círculos incluso se fomenta.  Creo que parte de lo que impulsa a la ciencia es la sed de maravilla. Es  una emoción muy poderosa. Todos los niños la sienten. En una clase de  parvulario, todos la sienten; en una clase de bachillerato casi nadie la  siente, o siquiera la reconoce. Algo pasa entre el parvulario y el  bachillerato, y no es sólo la pubertad. No sólo los colegios y los medios no enseñan mucho escepticismo, tampoco se fomenta mucho este emocionante  sentido de lo maravilloso. Ambas ciencia y pseudociencia despiertan ese  sentimiento. Una pobre popularización de la ciencia establece un nicho  ecológico para la pseudociencia.
     Si la ciencia se explicase a la gente de a pie de una manera accesible y  excitante, no habría sitio para la pseudociencia. Pero existe una especie  de Ley de Gresham por la que, en la cultura popular, la mala ciencia  expulsa a la buena. Y por esto pienso que tenemos que culpar, primero, la comunidad científica por no hacer un mejor trabajo popularizando la  ciencia, y segundo, a los medios, que a este respecto son casi por  completo inútiles. Todo periódico americano tiene una columna diaria de  astrología. ¿Cuántos tienen siquiera una columna semanal de astronomía? Y  también pienso que es culpa del sistema educativo. No enseñamos a pensar.

                                

Esto es un error muy serio que podría incluso, en un mundo infestado con  60.000 armas nucleares, comprometer el futuro de la humanidad. Sostengo que hay mucha más maravilla en la ciencia que en la pseudociencia. Y además, en la medida que esto tenga algún significado, la ciencia tiene como virtud adicional (y no es una despreciable) su  veracidad.

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